martes, 10 de marzo de 2015

Héctor Pedro Blomberg: Las veladas del bar Garibaldi y otros poemas

Gracias al poeta Jonio González





LAS VELADAS DEL BAR GARIBALDI

Las veladas del bar Garibaldi tenían
Olor a sangre, a whisky, a espuma y a carbón;
Allí, cuando los hombres llegaban o partían,
Sonaba de los mares la terrible canción.

¿Dónde estarán aquellos rudos aventureros,
Ulises andrajosos que hablaban en inglés
De extrañas Odiseas a bordo de veleros,
Y de obscuras Ilíadas hacia el Este de Suez?

Eran de Glasgow y Génova, de Cádiz y el Pireo,
De Hamburgo y San Francisco, de Capetown y Bombay.
A veces, en la noche, parece que aún los veo,
Y escucho alguna historia que sucedió en Shanghai.

¿Adónde se habrán ido los errantes que un día
Poblaron de leyendas el tumulto del bar?
Algunos redondean el mundo todavía
Otros están durmiendo en el fondo del mar.

Sospecho que uno de ellos se pudre en un presidio;
Tal vez otro agoniza en algún hospital;
Otro buscó en las aguas sangrientas del suicidio
La ruta misteriosa para el puerto final.

Oh mis Jasones ebrios... En sus almas traían
La canción de la vida vagabunda y brutal;
Y eran bellos sublimes, porque todos tenían
El desdén de la muerte, del amor y del mal.

Nadie cantó su sombra, su dolor, su aventura.
Sólo yo alguna noche de música y de alcohol,
Recogí la leyenda miserable y obscura
Y conté su tragedia bajo la luz del sol.

LA MUERTE DE SCHNEIDER

A Schneider lo mataron una noche
En el boliche de la Paraguaya.
Tenía los ojos azules
Y la cara muy pálida.

Schneider oía el canto de la alondra
Del viejo Rhin en las mañanas claras:
Soñaba con países
De sol, y con tierras lejanas.

Se embarcó en un velero, allá en Hamburgo,
Partió en la niebla de una madrugada.
Schneider fue por los cinco oceanos
Con sus ojos azules y su cara muy pálida.

Se enamoró una noche, muy ebrio y muy romántico,
De aquella camarera valenciana
Que volvía locos a los marineros
En aquella taberna del Río de la Plata,
Y Un hombre lo mató de un navajazo
En una vuelta de la calle Australia.

¿Dónde estará el alma de Schneider?
¿Oyendo las alondras del Rhin en las mañanas?
¿Vagando por los mares
En los perdidos barcos?

Yo he llorado por Schneider, una noche de lluvia,
En el boliche de la paraguaya.

EL CHINO DEL “AURORA”

¿Por qué maté a aquel chino a bordo del "Aurora"?
No me había hecho nada; de una humildad sin fin,
Limpiaba mi cabina; de noche, a toda hora,
Me llevaba a la guardia los sandwiches y el gin.

Y cayó a la primera puñalada, en el puente,
Cuando ya comenzaba la Osa a palidecer;
Al arrojarlo al agua se hundió pesadamente,
Y tres veces seguidas volvió a reaparecer.

Lo maté por el pájaro negro que lo seguía
Riendo siniestramente durante todo el día.
Desventurado chino, nada me había hecho.

En las guardias del alba, en las horas más solas.
Lo veo claramente surgiendo de las olas
Con el sombrío pájaro posado sobre el pecho.

LAS DOS IRLANDESAS

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.

Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.

De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai...”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar...)

El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
Me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.

Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).

Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.

¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú...
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.



Estos poemas pertenecen a El pastor de estrellas, Tor, Buenos Aires, 1928;  Gaviotas perdidas, Ediciones Selectas América, Buenos Aires, 1921, y A la deriva: canciones de los puertos, de las tierras y de los mares, Minerva, Buenos Aires, 1923. 





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