lunes, 18 de julio de 2011

Ana María Ramb: Hay bronca en el conventillo

Reproducimos a continuación esta muy buena nota de la escritora, periodista y docente, Ana María Ramb, especialmente preparada para Red Eco.

En 1871 estalla en Buenos Aires la epidemia de fiebre amarilla. La oligar quía abandona sus casonas de cuartos innumerables, como los conventos, y se va de San Telmo al Norte de la ciudad: a La Recoleta o al Retiro; o bordea la ribera del río hasta San isidro, donde construye palacetes de estilo europeo. Sus grandes casas abandonadas en el Sur permanecerán vacías algunos años, aunque no demasiados.
  

De los barcos comienzan a bajar en el Puerto oleadas de cientos de miles de trabajadores corridos de Europa por sucesivas hambrunas. Traen en mochilas y valijas sus modestísimos ropas y enseres, más un montón de sueños y expectativas. América, piensan, es tierra de paz, y en la Argentina hay trabajo y no falta el pan. Nuestro país necesita de esas gentes para atender su papel en la división mundial del trabajo, dispuesta por el capitalismo en su ya iniciada etapa trasnacional. La capital absorbe la mitad de los inmigrantes venidos del Viejo Mundo; pero no tiene donde alojar a esos trabajadores que quieren aportar su trabajo honesto al progreso de la Argentina y, como ciudad, va perdiendo “tamaño” o “escala” humanos.
  En lugar de implementar un plan de viviendas populares, los señorones que viven en los barrios copiados a la realeza europea, recuerdan las desocupadas y decadentes casonas del Sur y, siempre atentos a la ley de la mayor ganancia, ven el negocio. Uno de los negocios más rentables de la época.
  Mandan poner tabiques en las grandes habitaciones, y de cada una hacen cuatro. Nacen entonces los conventillos. En el barrio de La Boca, sobre terrenos anegables, levantan casas de madera y chapa; otro tipo de conventillos, pero conventillos al fin, sin los beneficios del agua corriente ni del alumbrado público. Casi el 90% de esas familias obreras vivirán en una pieza, y si la pieza es grande, serán obligadas por el “casero” (personero de los dueños del conventillo) a alojar hombres venidos en soledad, a la espera de poder traer la familia que ha quedado en la aldea natal. El hacinamiento es dramático.
  
“Donde el barro se subleva”
  En 1898, Adrián Patroni, militante socialista y autor de Los trabajadores en la Argentina, informaba que eran pocos los conventillos que albergasen menos de 150 personas. Ya antes, en 1880, había en Buenos Aires 1.770 conventillos. Como paradoja, los hombres de la Generación del 80 se escandalizaban ante esa arquitectura de la pobreza que ellos mismos habían levantado, como eran también responsables de las pésimas condiciones de vida que ahí se desarrollaban.
  El pensador católico Santiago de Estrada escribe en 1889: “El conventillo es la olla podrida de las nacionalidades y las lenguas. Para los que lo habitan parecen dichas aquellas palabras: entran sin conocerse, viven sin amarse, y mueren sin llorarse. En ellos crecen, como mala hierba, centenares de niños que no conocen a Dios, pero que dentro de poco harán pacto con el diablo. Carecen de la luz del sol, y se desarrollan raquíticos y enfermizos, como las plantas colocadas a la sombra carecen de la luz moral, y se desarrollan miserables, egoístas, sin fuerzas para el bien”.
  Julián Martel, periodista especializado en Economía y autor de la novela La Bolsa, condena desde sus páginas a los “judíos invasores” y los responsabiliza de una de las cíclicas crisis del capitalismo mundial. En cuanto a Eugenio Cambaceres, autor de las novela Sin rumbo y En la sangre, reprueba a los italianos porque tienen la “rapacidad de los buitres”. En resumen, que los recién llegados, ya con hijos nacidos en la Argentina, son para los escritores de la clase hegemónica “la chusma”. Por su parte, Miguel Cané alerta sobre “la ola roja”, y en 1902 logra que el Congreso Nacional apruebe su proyecto, que será la Ley de Residencia, la aborrecida Ley Nº 4144. Hay atropellos, razzias, allanamientos de domicilios, cientos de obreros embarcados a sus países de origen por oponerse a la explotación y organizar la lucha por sacar a los trabajadores de la miseria y la explotación en la que están sumergidos.
  El 1º de mayo de 1904 se organizan dos manifestaciones. En Plaza Lorea una nutrida columna se pone en marcha a las dos y media de la tarde, encabezada por mujeres obreras y sus niños. Tienen como meta la Plaza Mazzini, y los convocan los anarquistas. De Constitución sale otra columna, encabezada por los socialistas; son 20 mil las personas que desfilan durante 40 minutos por Avenida de Mayo, para culminar en Plaza Colón. Entre tanto, en Plaza Mazzini se desata la represión. Caen muertos dos trabajadores, y son heridos otros 18, todos de bala. Hay 6 policías contusos. Ambos sectores de izquierda se pondrán de acuerdo para convocar a una huelga general.
  
Las escobas se levantan
  Frías, muy frías las madrugadas de agosto de 1907. Cuando los moradores de los conventillos, toda gente de trabajo, o duermen, o ya se preparan para ir a sus tareas, son sacados de sus precarias habitaciones por la fuerza. Primero es la metralla de agua helada disparada a fuerte presión por los bomberos. Después es la policía, dirigida por su jefe, el Coronel Ramón Falcón. Los anarquistas organizan campamentos para los desalojados, y el gremio de los carreros transporta sin cargo sus muebles y cacharros.
  Pero todavía el poder y sus aparatos represivos no imaginan que se producirá un hecho inédito en la historia de las luchas populares de la Argentina. Sus protagonistas serán las mujeres con sus niños. La consigna: resistir. Resistir el alza de alquileres y las maniobras de desalojo. Y aun irán por más: eliminar los tres meses de depósito, mejorar los servicios sanitarios. Porque si antes del aumento, los alquileres se llevaban el 30% del salario, ahora se van a llevar el 50%; ya no se puede vivir. El costo de una humilde habitación porteña es ocho veces mayor que en Londres o en París.
  En el llamado “los Cuatro Diques”, conventillo de la calle Ituzaingó Nº 279 en el barrio de La Boca, a escobazo limpio sacan a los leguleyos y policías que pretenden arrancar a la gente de su casa. Los rebeldes no van a pagar el alquiler, así de simple.
  Aquellas mujeres que con sus hijos encabezan la revuelta marcan sin saberlo un hito en las luchas populares, porque el ejemplo de La Boca se multiplica. Se extiende de inmediato a San Telmo y a otros barrios, y no sólo a los periféricos de la ciudad (Avellaneda, Lomas de Zamora), sino también a otras ciudades, como Rosario, La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza.
  Los propietarios y el gobierno no pueden creerlo. Por ejemplo, de los 500 conventillos porteños en rebeldía, se llega en setiembre a los 2.000. En el llamado las “14 provincias” la policía, bajo las órdenes directas de Falcón, es repelida con escobas y agua hirviendo. Y trescientos niños desfilan por La Boca, cuna del levantamiento, con escobas en alto, según informa la revista Caras y Caretas en setiembre de ese año.
  
De vecinos a ciudadanos
  La estrategia tendría en total la adhesión de 100 mil personas, de familias obreras, quienes para enfrentar los desalojos de sus precarias viviendas y defenderse de la injusticia del poder, utilizan un ícono de la limpieza hogareña. Mabel Belluci habla de un vertiginoso pasaje: de vecinos a ciudadanos. En tanto los hombres (y las mujeres con trabajo asalariado) van arraigando su identidad social y su pertenencia al nuevo país en fábricas y talleres, el resto de las mujeres queda al cuidado de los niños pequeños, y son las que sostienen el día a día.
  Para ellas es el hogar y es el conventillo el pequeño territorio donde, a través de los vínculos de convivencia, se arraiga una nueva subjetividad. Porque en ese microcosmos se comparte el baño, y sobre todo la cocina y el patio, que a veces no es uno, sino dos; allí juegan todos los chicos, mientras en el aire se entremezclan los aromas de las variadas cocinas: el locro criollo, el churrasco porteño, la pasta “al pomo d’oro” italiana, el azafrán y el pimentón español, el “gefilte fishe” de los judíos, el vaho del café con borra de los árabes. Y sí como se mezclan los aromas, conviven las culturas y se responden las voces en distintos idiomas, que enriquecen el castellano rioplatense. A la vez, se van entrelazando alianzas y solidaridades. Y se intercambian las memorias de las luchas populares en la vieja Europa, que eso también viajó en algún rincón del equipaje.
A menudo, cada habitación es lugar de trabajo, además de hogar. La sala que da a la calle suele ser la vivienda-taller de los sastres. En otras piezas, hay mujeres que trabajan a destajo en la costura; o son lavanderas en las piletas de los patios, y saldrán después a la calle con el atado de ropa limpia y seca, en equilibrio sobre la cabeza, para cobrar unos pesitos que engorden el presupuesto. De alguna manera las mujeres de los conventillos intuyen lo que años después dirá Bertolt Brecht: Mujer, fuera de tu cocina se decide qué pondrás en la olla. Y tanto es así, que el exagerado aumento en los alquileres resulta de un impuesto inmobiliario que empezará a regir desde 1908. Los oligarcas, siempre previsores, se curan en salud, y ya en 1907 aplican un aumento preventivo a sus inquilinos.
  Reprimida a sangre y fuego, la reacción contra la rebeldía se cobra una víctima: es Miguel Pepe, de apenas 15 años, orador de la Huelga. Se le había oído decir: "Barramos con las escobas la injusticia de este mundo". La policía entra en el conventillo donde vive, y lo fusila a la vista de los vecinos. Su féretro es llevado en vilo por ocho mujeres, que se van turnando de barrio a barrio; el cortejo fúnebre que llega a la Chacarita está encabezado por unas 800 mujeres, seguidas de 5.000 trabajadores.
  El doctor Luis Agote, diputado conservador, casi fuera de sí se pregunta qué hacer con esos niños de las marchas y las resistencias, y afirma que hay entre 10 y 12 mil niños “vagabundos”. Y se responde así: Hay que recluirlos en la isla Martín García. No lo consiguió, pero fundó el Patronato Nacional de Menores Abandonados y Delincuentes. Chico que andaba por la calle, terminaba encerrado.
  La huelga se intensifica, y el gobierno aplica la Ley de Residencia.

 Juana Rouco Buela, una libertaria
  Si las mujeres proletarias estaban al frente de la Huelga de las Escobas, en la organización estuvieron las mujeres libertarias.
  Una de sus líderes fue Juana Rouco Buela. Nacida en Madrid en 1889, tiene apenas 18 años cuando la huelga. Llegada a la Argentina en 1900, casi analfabeta, ya tiene clara conciencia de clase. Trabaja como planchadora, y se forma en las conferencias de la FORA del V Congreso. Sigue a los discípulos de Enrico Malatesta y Pietro Gori, y la frecuentación de la FORA y de sus materiales de biblioteca hace de ella una experta lectora. En 1905, a los 16 años, Juana es delegada por los trabajadores de la Refinería de Azúcar en Rosario.
  En 1907, con Virginia Bolten, María Collazo y Teresa Caporaletti, organiza en Buenos Aires el Centro Femenino Anarquista. En forma paralela, en Rosario se funda el Centro Femenino Anarquista Luisa Michel, en homenaje a la revolucionaria francesa que participó en la Comuna de París en 1871.
  Es dable suponer que en su práctica de la oratoria, Juana Rouco haya recibido el consejo y orientación de Virginia Bolten, llamada la “dama de la barricada” por su discurso vigoroso y convincente, sobre todo a partir de 1890, durante la jornada recordatoria del 1º de Mayo. Juana Rouco Buela y María Collazo son oradoras durante la marcha masiva organizada por el comité de esta ya histórica Huelga de los Inquilinos.
  El gobierno aplica la Ley de Residencia para expulsar a las dirigentes anarquistas por su condición de extranjeras. Bolten y Collazo, uruguayas, y Rouco Buela, española, son deportadas a sus respectivos países.
  Dice Juana en sus memorias: A los dieciocho años, la policía me consideró un elemento peligroso para la tranquilidad del capitalismo y el Estado. (Historia de un ideal vivido por una mujer, Editorial Universidad del Sur, 1964).   Juana vuelve como polizón a Brasil y, disfrazada, pasa al Uruguay. De allí, a nuestro país. En 1917 (gobierno de Hipólito Yrigoyen) obtiene la ciudadanía argentina. La gran militante anarco-sindicalista, murió en Buenos Aires en 1960.
  A cien años de la Huelga de los Inquilinos, los trabajadores argentinos buscan reapropiarse de las conquistas perdidas en épocas pasadas. Sobre todo hoy, que tantas familias ven peligrar su techo. Rendir homenaje a la lucha de las mujeres y niños en la Huelga de las Escobas de 1907 ayuda a recordar y reconocer las fuerzas potenciales que están en las clases populares.

Alberto Cosentino, cantante y compositor boquense

Alberto Cosentino nació y vivió en el barrio de La Boca (1904-1986), fue cantante y compositor de tango.  Integró de muy joven un conjunto con Anselmo Aieta y formó un trio con  Héctor Varela; más tarde armó una orquesta que actuó desde 1930 hasta 1942, en la que tambíén cantaba.
Durante su trayectoria compuso, editó y registró alrededor de 450 obras de tango, por ejemplo, el vals "Quemá esas cartas" -que popularizaron Enzo Valentino y Alberto Morán-, "A tu memoria, madrecita", "Que digan lo que quieran", "Unamos nuestras vidas", "Pasión", "Si tuviera veinte abriles" y muchas más. Cosentino dedicó más de sesenta años  a la música porteña, fue el descubridor del mismísimo Hugo del Carril, cuando éste aún era locutor en un programa de radio. Fue socio fundador de Sadaic en el año 1932, formando parte de su primer directorio. Además fue gran amigo de Quinquela Martin y Juan de Dios Filiberto.
Para más info: http://www.albertocosentin​o.com.ar/

sábado, 2 de julio de 2011

Julieta Lanteri, primera mujer que votó en Buenos Aires, y lo hizo en el barrio de La Boca

El 23 de noviembre de 1911, Julieta Lanteri, médica y feminista, fue la primera mujer que votó en la Ciudad de Buenos Aires, en el atrio de la iglesia San Juan Evangelista, ubicada en Olavarría 486, del barrio de La Boca Más tarde, una ordenanza municipal prohibió votar a las mujeres hasta 1947. 

Julieta Lanteri había nacido en 1873 y murió en un dudoso accidente en 1932. Segunda médica argentina, feminista y luchadora incansable por los derechos de las mujeres y fundadora del Partido Feminista Nacional. En 1911, la Municipalidad de Buenos Aires convocó a los vecinos  para armar los padrones con vistas a las elecciones municipales de concejales: "ciudadanos mayores, residentes en la ciudad por lo menos desde un año antes, que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos comunales por valor de 100 pesos como mínimo".
La doctora Julieta Lanteri tomó nota de que nada se decía sobre el sexo, por lo que se inscribió el 16 de julio de 1911 en la Parroquia San Juan Evangelista de La Boca. El 23 de noviembre de ese año votó en el atrio de la Parroquia y su voto fue firmado por el Dr. Adolfo Saldías, presidente de mesa, quien se alegró “por ser el firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en Sudamérica”.
Poco tiempo después, el Concejo Deliberante porteño sancionó una Ordenanza donde especificaba claramente que estaba prohibido el voto de las mujeres porque el empadronamiento se basaba en el registro del servicio militar. Julieta Lanteri solicitó ser enrolada y acudió directamente al Ministro de Guerra y Marina adonde fue rechazada.
Se cumplen cien años de aquel voto y de aquella injusticia del Concejo Deliberante.