lunes, 30 de mayo de 2011

Sylvia Iparraguirre: Poéticas del silencio

La Boca fue el barrio periférico que albergó la bohemia emblemática de los años veinte, aquella de los artistas que maduraron su arte a orillas del Riachuelo.
Pero La Boca fue, sobre todo, lugar de trabajadores, donde las ideas socialistas y anarquistas traídas por inmigrantes artesanos e hijos de campesinos se abrían paso en el creciente entorno industrial de fábricas, curtiembres y fundiciones. Un dinamismo incesante del trabajo -hombres en movimiento, carga y descarga de barcos, barcazas llevando trabajadores a la Isla Maciel, el ensamblado, en 1914, de las enormes estructuras de hierro del transbordador tantas veces pintado por Quinquela- daba la pauta de un país que avanzaba hacia su futuro. Pero en 1930 la situación cambia dramáticamente.
El crack económico mundial de 1929 y el golpe de Estado de Uriburu son sucesos nacionales e internacionales que marcan a fondo a la sociedad argentina. Fábricas que se cierran, desocupación, conflictos sociales. Este es también el marco en el que "los modernos" darían su batalla y en el que seguirían pintando los artistas boquenses.
En la década siguiente, la de 1940, empezarían los embates del arte abstracto. Nuevos jóvenes pintores, entre otros los reunidos en la revista Arturo, cuestionarán a los consagrados y abrirán una línea que culminará en el llamado Arte Concreto Invención. Al margen del ir y venir de las polémicas estéticas e ideológicas, pintores solitarios como Cúnsolo o Diomede parecen representarse sólo a sí mismos.
Los depurados, sintéticos y fascinantes cuadros de Víctor Cúnsolo nos hablan de un pintor introvertido que, en apariencia, nada tenía que ver con el tono bullicioso del barrio o con la fuerza temperamental de su amigo Juan Del Prete. Fue un solitario que murió joven, pintó escasos veinte años e hizo su propia búsqueda. Casi un autodidacta. No viajó ni conoció directamente las vanguardias que se desarrollaban en Europa, pero las intuyó con una certeza pasmosa, guiado seguramente por la necesidad expresiva de un lenguaje nuevo. Su pintura, en la que ambiente y autor se corresponden de modo tan personal, podría sostener aquella máxima de Tolstoi, pinta tu aldea y serás universal (máxima que puede extenderse a los interiores maravillosos de Fortunato Lacámera). Si Del Prete y Pissarro, sus amigos, participaron activamente en la tormenta que desencadenó la exposición de Pettoruti en 1924, Víctor Cúnsolo permaneció en su estudio, buceando en su propio yo y reflexionando sobre la forma. La conclusión a la que llegó fue la misma a la que llegara Gómez Cor-net, uno de los pintores que más participación tuvo en las batallas de los modernos, al regreso de todo ese aprendizaje: "auscultar el pulso de nuestra propia existencia, saber lo que queríamos, a dónde íbamos". Esto es lo que hace el solitario Cúnsolo pintando el puerto, los muelles, las brumas, las barcas, envueltos en un quietismo silencioso y transparente, sin moverse de su taller.
Hijo de inmigrantes, había nacido en Sicilia en 1898. Llegó a la Argentina a los quince años. De la infancia italiana queda un chico que dibujaba en las paredes y hacía estatuitas de arcilla. La familia se instala en Barracas. Por un tiempo trabaja en una carpintería, luego comienza a asistir a las clases de dibujo y pintura de un viejo maestro italiano, Mario Piccione, en la mítica sociedad Unione e Benevolenza. Según se dice, completó los cinco años en cinco meses. En los salones de Unione conoce a Juan Del Prete, también italiano y casi de su misma edad. Del Prete lo introduce en las ruidosas reuniones del grupo El Bermellón y le presenta a Pissarro. Bautizado así por Del Prete, el grupo se reunía en un taller de Pedro de Mendoza y Australia. Es el comienzo de la pintura de Cúnsolo, cuando adopta una resolución de tipo impresionista. Se discutía largamente lo que sucedía "en el centro" y se seguían las críticas de arte, especialmente las de Atalaya, en la publicación Campana de Palo. Unos años después, Pissarro y Del Prete recorren Montparnasse y serán parte del grupo de París. Cúnsolo, en La Boca, pinta telas marcadas por la intuición de Cézanne y por el acatamiento de una razón constructiva que las depura, llevándolas hacia un lenguaje esencial. En 1924 manda obras al salón Mutualidad de Bellas Artes; luego a La Peña, en 1927, y a Amigos del Arte, en 1928. Entre 1927 y 1931 había mandado al Salón Nacional, en el que seguiría participando desde La Rioja en 1933, 1934 y 1935. Estos envíos consolidan su presencia en el medio local donde la crítica y cierto público atento reconocen su pintura.
En 1928, críticos y colegas que militan en la vanguardia revulsiva lo reconocen: "Una comprensión simple y depurada de la pintura. Y esto gracias a una progresiva simplificación de los elementos a su significado plástico". (Alberto Prebisch) o "... con escasos elementos, nuestro artista trata de concretar las visiones de su mundo objetivo en formas claras y bellas, apartándose en todo lo posible de esa pintura (...) superficial y efectista" (Emilio Pettoruti). Hacia fines de los años treinta la tuberculosis que padecía hace crisis y debe dejar atrás Barracas y La Boca para buscar un clima más benigno. Se instala en Chilecito, La Rioja, en 1933. El encuentro con el paisaje, una realidad completamente nueva, lo sacude. Una especie de regreso a las fuentes cézannianas y un replanteo del color dan, tal vez, algunas de sus mejores obras. Durante tres años pinta en La Rioja. Vuelve a Buenos Aires, donde muere antes de cumplir los treinta y nueve años. Lejos de Quinquela Martín, más cerca de Lacámera pero igualmente distante de su recogimiento íntimo, Cúnsolo es y no es (en el sentido de "típico") un pintor boquense. Lo es sin duda por formación y biografía. No lo es en tanto su búsqueda personalísima da cuadros en los que la ausencia de la figura humana y la resolución neta y geométrica crean una atmósfera metafísica, a la vez que poética y onírica (El puerto, Elevadores, Barcas). O, como expresa Vicente Caride: "Su instinto de lo esencial da profundidad a sus síntesis de colores y de planos. Es estricto sea cual fuere el género que cultiva, naturaleza muerta, figura o paisaje; en todas sus telas aparece la misma preocupación de orden, de legibilidad, la misma nitidez y cuidado, suprimiendo todo lo accidental, lo inútil, para obtener una superficie lisa".
Nacido en una familia extremadamente humilde, Miguel Diomede (1902-1974) ejemplifica al hijo de inmigrantes italianos que en medio de penurias familiares logra hacer aquello en lo que fanáticamente cree, la pintura, y abrirse un camino hasta el reconocimiento. Tuvo una temprana relación con la muerte (su padre muere cuando él tiene cuatro años, su madre cuando tiene catorce) que marcaría con tono sombrío los años de juventud. Parte de su vida la pasó en un empleo subalterno en un Ministerio, empleo del cual no renegaba porque le permitía concentrarse en lo único que verdaderamente le importó, la pintura. Silencioso, modesto, de pocas palabras, todos los que lo conocieron decían que Diomede se parecía a su obra. Exponía muy poco, pintaba lentamente, volvía una y otra vez a sus cuadros. No quería desprenderse de ninguno, siempre le parecían inconclusos. Decía: "Cuando veo un cuadro mío en una exposición o en un museo lo comprendo a Bonnard, que iba a retocar los suyos en las salas donde estaban expuestos". Poeta del silencio, intimista colosal, artista de la profunda delicadeza, éstas son algunas de las frases con que críticos de arte y comentaristas han intentado caracterizar a Miguel Diomede y su obra. Lo cierto es que eligió la soledad para pintar y el despojamiento para su obra. Desde esos pilares dedicó cuarenta y cinco años de fervor a la pintura. El reconocimiento vino más tarde. Cuando en 1958 Romero Brest, director del Museo Nacional de Bellas Artes, decide hacer una retrospectiva de Diomede, recibe múltiples elogios. Lo mismo ocurre con galerías y museos del interior: las muestras deslumhran a la crítica y al público. Poco visto antes, en las retrospectivas el conjunto de telas se despliega, potenciándose unas a otras, y aparece la obra de un pintor insospechado. Se hacen patentes los años de severa y estricta ordenación mental para transmitir lo casi intransmitible: delicadeza,la cualidad más señalada de su obra.
En Pedro de Mendoza sobre la Vuelta de Rocha, en el barrio que nunca dejó, estaba su taller. Desde allí nos llega su propia voz: "Yo nací en Buenos Aires, en este mismo barrio de La Boca, en la calle Suárez al 200. A los diez años obtuve el premio de una medalla en un concurso de dibujo de Caras ^ Caretas. Siempre me apasionó el dibujo. Pero solamente un año pude estudiar en la Academia Nacional de Bellas Artes, junto a Centurión. Este maestro me allanó el camino para continuar en tercer año en la Academia, pero el trabajo me requería y debí seguir mi aprendizaje por mi propia cuenta... Después con Faggioli, con Arcidiácono, con Rosso nos largábamos a pintar en la Isla Maciel, era allá por 1929. Creo que en pintura hay que intentarlo todo para dominar el oficio: figura, paisaje, naturaleza muerta... Hasta 1938 ó 39 estaba dentro de cierto expresionismo. Mi materia era entonces más abundante, más pastosa...". Afirmaría también que sus maestros permanentes eran Cézanne y Bonnard. Un concepto de Leonardo regía toda su idea de la pintura: "Creo que, siguiendo a Leonardo, la pintura debe ser cada día más mental. Se trata de buscar lo vivo de los movimientos pictóricos y de utilizar con inteligencia sus conquistas, aplicándolas con lucidez" (El Hogar, 1952).La crítica afirma que es hacia la década del 40 cuando sus tendencias más personales comienzan a afirmarse mediante un dominio mayor de su propio lenguaje. Tendencia que se manifiesta en la armonía, en la integración plástica de los elementos representados en la tela. Todos los géneros despiertan su interés, pero hay una inclinación hacia la figura y la naturaleza muerta. Diomede pintó retratos (Ada, Rita, La mujer en verde), paisajes (El río, Quinteros en la Isla Maciel, Riachuelo, Calle de La Boca); naturalezas muertas (Uva y durarnos, Naranjas, Jarra blanca y peras). Destaca Elena Poggi que uno de los logros de Diomede en el género retrato consiste en aislar los caracteres objetivos del modelo, robándole su vida anímica secreta. En cuanto a las naturalezas muertas, requieren rigor y lucidez para lograr la armonía, de la que Diomede es maestro, ya que los objetos se presentan sueltos en la realidad y deben ordenarse en la composición dentro de ciertos límites impuestos por sus volúmenes naturales y sus formas. Diomede fue un pintor apartado de los "ismos", un hombre completamente integrado a su pintura, un perfeccionista al que Osiris Chierico recuerda en una imagen: "Alguna vez Luis Seoane, que lo admiró mucho porque lo comprendió mucho, lo comparó con el pintor que Vermeer puso de espaldas al espectador y frente a la tela, en actitud de entrega total, de concentrada reflexión sobre la fugacidad de aquello que intenta detener con su pincel".El 22 de agosto de 1937 en las páginas del diario La Nación se señala la inauguración, ese mismo día, del Salón de Artistas Noveles de La Boca. Organizado por el Ateneo Popular de La Boca, la restricción a noveles la sustenta el articulista en la voluntad de la institución que "anhela propiciar a quienes están en los comienzos, máxime cuando se trata, como ahora, de cultores humildes.*.".
El Ateneo es, desde su fundación en 1926, un importante centro cultural barrial que ha realizado múltiples actividades destinadas a la promoción de las artes plásticas, la música y la literatura al mismo tiempo que sostiene diversas publicaciones. En diciembre de ese mismo año promoverá una de las actividades más significativas de su historia: organiza en las céntricas salas de Amigos del Arte la exposición postuma de Víctor Cúnsolo, el más temprano y justo homenaje al joven artista fallecido ese año.Víctor Cúnsolo responde al perfil de los artistas de La Boca. Inmigrante, había nacido en Sicilia de un matrimonio de artesanos; llega a la Argentina con diez años. Se forma luego en la asociación Unione e Benevolenza con el maestro italiano Mario Piccione, es decir, en los espacios de formación no tradicionales. Luego de una primera etapa, donde en sus paisajes de contornos indefinidos prima la pincelada visible cargada de materia, sufre un cambio radical en su obra. En los Salones Nacionales de 1928, 1929 y 1930 Cúnsolo presenta una serie de paisajes de La Boca donde ese cambio es evidente. Son los mismos años en que, junto a Fortunato Lácamera, toma contacto con la obra de artistas italianos contemporáneos; en su biblioteca conservará celosamente un ejemplar del catálogo de la muestra del Novecento italiano. En esa época Cúnsolo frecuentará también a Alfredo Guttero y Lorenzo Gigli, quienes regresaban al país cargados de las novedades de la plástica europea. La factura rápida de sus primeros paisajes es entonces abandonada, los contornos se vuelven nítidos y el motivo se aproxima a una visibilidad que, sin embargo, no es una representación fiel de lo real. Paisajes de La Boca, paisajes de Chilecito, naturalezas muertas y algunos retratos constituyen los motivos de sus cuadros, en los que estructura geométricamente la composición. El espacio boquense de los alrededores del Riachuelo se transforma con deformaciones de la perspectiva y acentúa los planos de la arquitectura creando efectos de profundidad. Los paisajes de Chilecito, donde se ha trasladado luego de contraer tuberculosis, sufren el mismo proceso que los paisajes urbanos: las rocas son casi cuerpos geométricos y un camino se aproxima a una lisa linea curva. Todo el motivo aparece sometido a un estatismo en los límites de lo real. Su obra desconcertó a la critica tradicional al mismo tiempo que cierta crítica vanguardista, que suele medir la novedad de los artistas por la mayor o menor proximidad con la abstracción, ignoraba una obra que, sosteniéndose en la tradición —figuración y géneros tradicionales— la reformulaba desde la modernidad.El mismo artículo de La Nación citado anteriormente continuaba señalando "Almas de artistas... Pero la existencia los constriñe a otros menesteres, rudos y ásperos, ajenos a sus vocaciones auténticas". Se refería a la condición de asalariados de los participantes del Salón de Artistas Noveles, y el articulista reclamaba que los participantes pudieran dedicarse a su arte. El año anterior el Primer Premio del Salón le había sido concedido a Miguel Diomede. Boquense típico, de familia humilde, durante buena parte de su vida, Diomede comparte el trabajo asalariado con su producción artística, tal cual lo describe el crítico de La Nación. Fue presentado siempre como autodidacta y efectivamente no asistió a la Escuela de la Academia, sin embargo, trabajó durante cierto tiempo con un grabador catalán y es probable que a su lado haya recibido cierta formación. Los temas de sus obras son algunos paisajes de La Boca, naturalezas muertas, retratos y figuras. En su pintura parecen convivir dos vertientes. En una de ellas la línea adquiere cierto protagonismo, se deja entrever tenuemente y refuerza con sutileza un perfil, el contomo de una mano o circunscribe los límites de una fruta. En su segunda vertiente trabaja por el color y el protagonismo absoluto lo tiene la mancha que muestra la existencia desdibujada de un paisaje o instala la presencia de una fruta. En los paisajes de La Boca las indicaciones espaciales están dadas por el color; así, un rojo avanza o un azul retrocede señalando la disposición de los elementos. Trabaja con materia muy diluida, lo que le permite una superposición de pinceladas que hacen emerger los volúmenes de adentro hacia afuera. Sus pequeños toques de color diluido dejan aparecer el grano de la tela y generan texturas. Los contornos se difuminan y una zona de color invade la otra. Todo en su obra tiende a desdibujarse, como si la materialidad de los objetos y de las personas se hubiera detenido entre el surgir y el realizarse o como si fueran parte de un sueño y las cosas y los seres humanos se perdieran en la distancia. A su modelo, que también pinta, le recomienda: "Trate... de verse por dentro en lo que no se puede ver pero se siente, y llegará a conocer el lenguaje de su personalidad". Su insistencia en los retratos, autorretratos y naturalezas muertas aparece así como parte de un ejercicio repetido incansablemente en el que pretende aprehender la esencia, siempre inalcanzable, de su objeto; su propia esencia.

* A la derecha: Niebla en la Isla Maciel, de Víctor Cúnsolo.
** Texto extractado de:
**Texto extractado de:  bioportal0.tripod.com/pintores_de_la_boca.htm

Isidoro Blaisten: De las callejas del puerto a la inmortalidad...

"El humo llueve sin prisa / con espirales de hollín. / Bajo la lumbre carmín / se duermen los caseríos, / y en un fondo de navíos / pasa Quinquela Martín".
Creo que estos versos de Orlando Mario Punzi muestran con precisión cómo en el barrio de La Boca arte y vida formaban parte de un mismo paisaje. La mayoría de los artistas de La Boca nacen en el barrio y algunos llegan a la Academia: el escultor Pedro Zonza Briano, autor del monumento a Leandro N. Alern, y el pintor Miguel Diomede ocuparon un sillón en la Academia Nacional de Bellas Artes.Muchos tienen que librar su imprescindible lucha contra la pobreza y casi todos estudian en las agrupaciones culturales del barrio. En la biblioteca del Sindicato de Caldereros, una tarde, Quinquela descubre el libro El arte de Augusto Rodin y ahí comprende su destino. Y es en Unione e Benevolenza donde se forma Cúnsolo. En 1940, Fortunato Lacámera funda la agrupación Impulso, que ya había sido anticipada por el Ateneo Cultural de La Boca, en 1926.
El barrio es un polo de atracción y vienen artistas de otros barrios: el extraordinario grabador y escenógrafo Abraham Vigo y el excepcional Fació Hebequer, pintor, dibujante y grabador, que tanto admiraba Roberto Arlt. De La Boca fueron la cantante Rosita Quiroga, el compositor Pedro Láurenz, y el gran músico del barrio, con el que Punzi remata su poema "El gorrión y la luna": "Alguien silba con unción / un tema de tango muerto. / Y en las callejas del puerto / se aleja la melodía / mientras llora todavía / por Juan de Dios Filiberto".
Es en estas "callejas del puerto" donde Victorica, Lacámera, Daneri, pintarán lo mejor de su obra. Es aquí donde dos grandes pintores: Cúnsolo y Diomede, se harán inmortales.En los cuadros deshabitados de Víctor Cúnsolo siempre algo está por suceder. Algo extraño va a pasar y hay una atmósfera rara que confiere a la calle, al río, al puerto y a los barcos una magnitud de ensoñación. Un sosiego, una paz dormida están esperando. No se sabe qué esperan, pero esperan. Es como una respiración de ángeles. Cúnsolo crea una inmovilidad eterna, impone un lugar y delimita una arquitectura: todo puede suceder, pero siempre aquí, en estos límites precisos. No sé si Cúnsolo alcanzó a conocer a De Chirico: esa arquitectura que se impone sobre los seres, sobre las cosas y sobre la desolación, pero a mí me lo recuerda. Pero, a diferencia del gran maestro italiano, Cúnsolo no necesita de la reminiscencia de los clásicos. En sitios plebeyos, entre barracas inhóspitas y galpones destruidos, los mástiles desnudos van hacia lo alto, señalan el lugar donde han pasado las gaviotas, las huellas invisibles que dejan en el cielo. No hay nadie. Entonces el color estalla como un ramo de pólvora y la luz misteriosamente se duplica y brilla y vuelve a brillar sobre el río inmóvil. Cúnsolo murió a los 39 años, pero antes nos dejó la contemplación estupenda de un arrabal melancólico que él tornó luminoso como la esperanza.
"Una naranja es, para mí, un mundo necesario, perfecto." Esta confesión de Miguel Diomede creo que podría explicar su credo artístico. Para Diomede, el mundo es la pintura y busca en ella necesariedad y perfección. El hecho de que el mundo pueda caber en una naranja recuerda el descubrimiento de Borges en "El Aleph": "Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo". Toda la historia del mundo cabe en "El Aleph" y todos los problemas de la pintura caben en una naranja. "Resolver" esa naranja es, para Diomede, resolver los problemas de la pintura. Sabe que la luz que ahora ilumina esa naranja mañana no va a ser la misma y anhela registrar ese paso. Y quisiera registrar el paso del tiempo en los rostros de todos los retratos y todos los autorretratos que pinta, y el ínfimo resplandor en el espejo y el matiz pasajero, esa fugacidad y sus enigmas, la perduración del instante en todos los objetos, juntos y al mismo tiempo, como están en el mundo, como quisiera que estuvieran en el cuadro. Y lo más difícil, sin apartarse de la figuración, sin destruir las formas, aunque creo que poco a poco las iba destruyendo. Por eso volverá una y otra vez a retocar infinitamente sus trabajos y pensará que los cuadros no se terminan, se abandonan.
En esa búsqueda entregó su vida. Podría haber sido uno de tantos pintores efectistas, porque poseía una extraordinaria capacidad técnica, pero era un hombre honesto, un artista cabal y su lucidez le advertía que ese refinamiento del color, esa limpidez de nacarados imposibles e iridiscencias magníficas sólo podría lograrse a través de una elaboración incesante. Y en esa elaboración incesante lucha contra el tiempo: "Pinto cuadros chicos, de pequeño formato, si no, con mi manera de trabajar, no terminaría nunca", dijo una vez. Diomede reflexiona como pocos; elimina todo lo innecesario, lo superfluo. Es un obsesivo, un perseguidor; busca lo fundamental en lo elemental y quizá, sin estridencias, lo más profundo de la condición humana.

*A la izquierda, cuadro de Víctor Cúnsolo. A la derecha, cuadro de miguel Diomede "Barcas".
**Texto extractado de:  bioportal0.tripod.com/pintores_de_la_boca.htm

Club Bohemios

Este es el club Bohemios, ubicado en la calle Necochea 948. Aquí es donde se organizaban exitosos bailes de carnaval. Lo recuerdo muy bien, porque fue uno de los sitios del barrio más deseados por quien esto escribe: es que cuando estaba entrando en la adolescencia lo que más quería era poder ir a bailar ahí. Pero mi mamá nunca me dejó... Me dicen que ya cumplió 72 años, y que en sus instalaciones se siguen organizando bailes tan concurridos como los de aquel entonces. A lo mejor un día de estos me doy una vuelta, como para sacarme aquellas ganas...

Las cantinas de la Boca transformaron la calle Necochea en un basural...

Cuando me  fui del barrio alrededor del año 1970, todavía estaban allí. Eran, si no me equivoco, alrededor de 20, Spadavecchia, La Gaviota, Priano, Rimini, La Cueva de Zingarella, Gennarino, La Barca de Bachicha, Il Piccolo Navio, All’Italia, Sparafucile, La Bella Napoli, Marecchiare; más una cantidad de piringundines aledaños que crecían a la sombra de estas cantinas, refugio de marineros, borrachos y malandrines de toda laya. Como el que estaba justo enfrente de mi casa, un night club-whiskería de lo peor, en Necochea al 1300, regenteado por un cafishio que castigaba a sus “damitas” a la vista de todos.
Cuando leo las crónicas y relatos nostalgiosos  relacionados con las cantinas de La Boca, me doy cuenta que quienes los escriben no tienen la menor idea de lo que significa vivir en lugar así, porque, los que eso escriben, estoy segura, no han experimentado en carne propia  semejante padecimiento.  Son “turistas” de la pobreza y la degradación, los mismos que sacan fotos de los conventillos y las exhiben como medallas de pintorequismo, sin ruborizarse ni pensar en el dolor de  la gente que habita en esas covachas de lata y madera -porque ellos viven en casas con calefacción y aire acondicionado, y ni tienen idea de lo que es, por ejemplo, compartir el baño, ubicado afuera de la casa).
Desde que las cantinas comenzaron a crecer y desparramarse, la calle Necochea se transformó en algo así como una zona roja, soy testigo, en un basural, orinado y vomitado por los turistas que, después de sus comilonas y borrachos, se divertían, entre otras cosas, pateando tachos de basura, manoseando mujeres, entre gritos y alaridos. Las "trabajadoras del sexo" y sus clientes arreglaban sus negocios justo debajo de mi balcón - podía escuchar muy bien sus transacciones.
¿Dormir?, era casi imposible hacerlo por eso y, sobre todo, por el ruido de la música en vivo que despedían estos antros hasta pasada la madrugada. 
A los únicos que beneficiaba la existencia de esos establecimientos era, por supuesto, a sus dueños, porque, como fuente de trabajo, mejor perderlas que encontrarlas. Y si no, pregunten a los que alguna vez trabajaron en esos lugares (mozos, lavacopas, cuida-puertas, etc.), empleados sin salario, que vivían de las propinas. 
Como decía "Mordisquito", el famoso personaje de Discépolo: "No mientan más, a mí no me la van contar".

domingo, 29 de mayo de 2011

Carlos Ardohain: Transbordador

El amigo Carlos Ardohain -dibujante, pintor, diseñador gráfico, poeta y narrador- nos envió este hermoso dibujo de su autoría, del viejo puente transbordador.
Para quien le interese, les avisamos que Carlos coordina un taller de escritura creativa y otro de dibujo en la localidad de Avellaneda (véase el blog

*Carlos Ardohain (Mar del Plata). Publicó las plaquetas: El ojo secreto (1998) La Hoja Bífida (1999) y Ojo x Ojo (2000). Premiado en el Concurso Poesía en Tierra organizado por el Centro Cultural de España en Buenos Aires (2004). El libro Poesía en Tierra con las obras premiadas fue editado en 2005 por el Fondo de Cultura Económica.  En noviembre de 2005 realizó la curaduría de la muestra fotográfica de Robert Doisneau ³Renault por Doisneau²  que se exhibió en el Museo Renault. En 2007 participó de la muestra Banderas de lo posible, que formó parte del Proyecto Patagonia en la Bienal del Fin del mundo, Ushuaia. Seleccionado en el Primer Concurso Internacional de Cuento Breve organizado por el Salón del Libro Hispanoamericano, Ciudad de México, publicado en el libro Voces con Vida, México, 2009. Seleccionado en el Primer Premio Internacional de Microrrelatos Museo de la Palabra, 2010.  Ha publicado relatos y poemas en formato digital en sitios de Argentina, España, Brasil y México. Su primera novela, Los incógnitos, será publicada en España por el sello Caballo de Troya en 2011.  Trabaja como diseñador gráfico y redactor.

sábado, 28 de mayo de 2011

Desaparecidos en La Boca

Durante la dictura militar, en el barrio de La Boca desaparecieron cerca de 18 personas: Horacio Aguilera, Remo Berardo, Rubén Bispo, Ricardo Cabrera, Juan Díaz, Alberto Falicofe, Hernán Fernández, Oscar Fernández, Carmen Ferradas, Pablo Gazarri, Daniel Levy, Martiniana De Levy, Carlos Lancri, Jorge Loiacono, Mario Molfino, Horacio Pedraza, Graciela Panelli, y Eustaquio Peralta, según un mural que los recuerda, pintado por el Espacio Memoria de La Boca en Olavarría y Juan de Dios Filiberto (Plazoleta Bomberos Voluntarios).

Evita y la librería y papelería Bertolini

En la calle Almirante Brown al 1400, entre Lamadrid y Pedro de Mendoza, estaba la librería y papelería Bertolini, donde mis hermanos y yo íbamos a comprar, casi a diario, los útiles par el colegio.
Quien nos atendía casi siempre era el mismo dueño, Don Bertolini; a veces, también lo hacía su esposa, una mujer que se peinaba igualito que Evita (era muy parecida). Su nombre era Erminda, Erminda Duarte de Bertolini, ¡la hermana menor de Eva Perón!

viernes, 27 de mayo de 2011

La plaza Solís

Quién hubiera dicho que en esa plaza rasposa, donde jugaba cuando era chica, se había creado el Club Boca Júniors. Alguien lo mencionó alguna vez, como al pasar, pero, en ese momento, no le di la menor importancia. La historia la conocí recién de grande.
Allá por 1905, Santiago Sana, Alfredo Scarpatti, Esteban Baglietto y los hermanos Juan y Teodoro Farenga integraban un equipo de amigos del barrio. El sábado 1° de abril de ese mismo año se reunieron en la Plaza Solís -ubicada entre las calles Olavarría, Suárez, Gaboto y Ministro Brin- para darle forma a un proyecto que los desvelaba: la creación de un club de fútbol. Discutieron mucho acerca del nombre, hasta que Santiago Pedro Sana tuvo la idea del  Boca Juniors.  
El lunes 3 de abril  se designó la primera comisión directiva en la casa de los Farenga, y a quien sería el  primer presidente: Esteban Miguel Baglietto. La Secretaría se instaló, provisoriamente, en  Pinzón 267 (la casa de los Farenga), pero pocos meses después se trasladó a Suárez 531. El primer campo de juego, por su parte,  fue el mismo que utilizaba  el club Independencia Sud, en Pedro de Mendoza y Colorado (hoy Benito Pérez Galdós). En cuanto a la camiseta, se eligió una de color rosa, pero rápidamente se la cambió por otra, blanca con rayas azules verticales, que no tuvo gran consenso.
En 1907, y ya con muchos adeptos y socios, Juan Brichetto, que trabajaba en el puente dos de La Boca, vio la bandera de un barco sueco que entraba al puerto de Buenos Aires (el "Drottning Sophia"), y  se le ocurrió adoptar el azul y amarillo para siempre. Al principio, la camiseta era de fondo azul con una franja  amarilla diagonal, pero en 1913 se modificó: la banda amarilla adquirió el modo horizontal.
 El 21 de abril de 1905, Boca disputó el primer partido de su historia. El rival fue el club "Mariano Moreno", al que goleó por 4 a 0; el equipo boquense formó con: Esteban Baglietto; José Farenga y Santiago Sana; Vicente Oñate, Guillermo Tyler y Luis De Harenne; Alfredo Scarpatti, Pedro Moltedo, Amadeo Gelsi, Alberto Talent y Juan Farenga, quien convertió el primer gol del club.

Enrique de Gandía: Historia de La Boca del Riachuelo

Entrando en esta dirección, podés leer el trabajo de Enrique de Gandía acerca de la Historia de La Boca del Riachuelo:

http://docs.google.com/viewer?a=v&q=cache:HjFGyMzqBzEJ:www.resurgimientodelaboca.unlugar.com/Gandia.pdf+Libros+sobre+el+riachuelo,+La+Boca&hl=es&pid=bl&srcid=ADGEESjvSlR4lbioiqnCdSPmp0Y5s8Lou95YMC3SuuQCTPD8OtT_Sh2bPO-lC1Z2yc_-H1P_uKqtp6tFRz8CTErq4vE4PflHflxZZEKoGU_NjAWfxi3OfN_ZtMdAeGB44-9tdk48GAhA&sig=AHIEtbQoK94BJaf-0-5fIBkvR6byBgP4Tg&pli=1

Graciela Silvestri: El color del río

El color del río, historia cultural del paisaje del Riachuelo, relata la biografía del Riachuelo  como paisaje, a través de materiales tan diversos como los elementos que lo constituyen: proyectos de canalizaión y las polémicas portuarias; el asentamiento inmigrante vinculado con las tareas del mar; la vida de los grandes frigorificos, de las metalúrgicas, de las usinas eléctricas..., etc, etc. Se trata de un excelente trabajo de la arquitecta y doctora en Historia, Graciela Silvestri, nacida en La Boca en 1954, que no puede faltar en tu biblioteca. 
Introducción:  Paisaje e historia

 Capítulo I. El Riachuelo como paisaje
 La construcción del objeto,  Períodos,  Forma y paisaje,
 Forma, paisaje y política

 Capítulo II. Historias del Riachuelo, Descripciones literarias y plásticas
 La imagen de los acontecimientos,  El Riachuelo pintoresco,  El alma del lugar

 Primera parte.  Puerto y canal: los límites del agua

 Capítulo I. El puerto:  La tradición de la forma: técnica, tipo y lugar
 Los proyectos de la polémica
 El puerto de los políticos: forma y representación
 El puerto de los ingenieros

 Capítulo II. El canal:  Canales y forma urbana.  La idea de canal industrial

 Segunda parte:  Redes y objetos del paisaje industrial

 Capítulo I. Higiene, industria, habitación,  La polémica sobre la expulsión de los saladeros,
 La transformación del subsuelo

 Capítulo II. Circulación, Ferrocarril versus canal,  Puentes: la belleza técnica,
 Barcos, astilleros y almacenes navales: un puerto pintoresco

 Capítulo III. Producción.  La red industrial
 Frigoríficos: el campo en la ciudad, Metalúrgicas: la promesa de racionalización
 Materiales informes y abstracción técnica

 Tercera parte El color del río

 Capítulo I. Pintar el Riachuelo,  Pobreza, bohemia y cultura oficial
 El arte en la calle,  Lo negro en color

 Capítulo II. Orden en la variedad,  El ideal de lo blanco
 La casa de Palladio en la boca del Riachuelo

 Conclusión:  La parte por el todo

jueves, 26 de mayo de 2011

Rodolfo Edwards: Aguas argentinas

"Muchos de los argentinos somos ribereños, también los de la ciudad de Buenos Aires, que nos llamamos porteños pero creo que muy pocos asocian ese calificativo con la presencia de un puerto, o la vecindad del agua; hace falta aclarar que somos ribereños porque al río lo ignoramos olímpicamente y andamos por ahí como si no existiese o fuese apenas una entelequia elucubrada por Borges en sus años mozos. “¿Y fue por este río de sueñera y de barro/que las proas vinieron a fundarme la patria?/irían a los tumbos los barquitos pintados/entre los camarotes de la corriente zaina”, supo decir el vate ciego con la afilada y localista pluma de sus primeros libros de poemas. Pero fue en este malquerido Río de la Plata donde los indios guaraníes se morfaron a Solís y es una lástima que no haya estado Crónica TV para documentar semejante suceso. ¡Se imaginan la placa roja!: "ÚLTIMO MOMENTO: INVASOR GALLEGO MORFADO POR INDIOS". El río comunica países y provincias, a orillas de un río se pueden cantar guaranias y chamarritas, también tangos y rockitos nacionales: me acuerdo de “Río marrón”, aquella bella canción de Jorge Fandermole que cantaba Baglietto: “Río marrón, devolveme sangre abajo/de tu paso el lirio negro que quedó junto a tu orilla/río, río marrón/dónde quedó aquella canción que nadie espera de cara a las estrellas/cauce arriba/río marrón/piel de cielo que se rompe/desde aquí hasta el horizonte/luz de luna sumergida”. Es que el río es una húmeda musa inspiradora en Rosario, en Paraná, en Montevideo (que es Buenos Aires cuando tenía veinte años), baña a ciudades y pueblos con su oleaje neurótico, irregular, traicionero. Nací y vivo en la República Separatista de La Boca, un barrio/país, que también ha sabido crecer al compás del oscuro río/riachuelo que baña su ribera.  Alguna vez el puerto de La Boca fue próspero y pujante, inspiró a pintores, músicos y poetas, labró paso a paso su leyenda de guinches y banderas auriazules. Quinquela y Filiberto son nuestros Lennon & McCartney, nuestros Warhol & Lou Reed (todas estas parejitas supieron homenajear a sus pueblos, tuvieron el pulso lo suficientemente firme para expresar “las condiciones de la época”, como diría el maestro Gianuzzi). Hablábamos del Riachuelo que en realidad tendría que llamarse “río negro” como negro es el color de sus aguas que alguna vez, ayer nomás, a comienzos del siglo XX, fueron cristalinas y cuentan crónicas de la época que el lugar estaba lleno de clubes de pesca y de remo, toda la zona se parecía mucho a lo que hoy es el próspero delta del Tigre. En la hoy lúgubre Isla Maciel había recreos que en el verano se transformaban en paseo obligado; allí se celebraban unos extravagantes rituales, semejantes a fiestas florales, ordenados por el Presidente de La Boca (aunque no lo crean el barrio de La Boca aún hoy tiene un Presidente, don Rubén Granara Insúa, que respeta una tradición que nació a fines del siglo XIX cuando un grupete de tanos quizo independizar al barrio de la República Argentina en nombre del Rey de Italia, intento rápidamente sofocado por una pequeña hueste enviada por del genocida Roca). La Boca también supo albergar utopías de ácratas y fue núcleo de históricas asambleas y huelgas obreras. Vivir en La Boca es una bendición, haber crecido en esas calles de veredas altas y llenas de historias de ensueño hasta el día de hoy me llenan de un secreto orgullo. Cursé toda la escuela primaria en la Escuela Nro. 9 Don Benito Quinquela Martín. En cada aula había un enorme mural de Quinquela.  Respirar todo ese clima donde se mezclaban acres fragancias, óleo de pintores y aceite de las industrias, me llevó lentamente hacia el vicio del arte: vivir en La Boca es como estar en una película todo el tiempo. No por casualidad el gran Francis Ford Coppola anda filmando una película por las callecitas de La Boca (ayer le pedí un autógrafo). Frente a las circunstancias de este barrio, la poética de Federico Fellini o las ficciones de Gabo García Márquez quedarían reducidas a un mero ejercicio de naturalismo. En La Boca todo está tramado por el arte, la pobreza también. Las más trágicas miserias humanas en La Boca están alumbradas por las inefables antorchas del arte. Habitar una casa de madera que en cualquier momento se te incendia y estar a metros de un río que apenas sopla el viento del sudeste llena tu casa de agua podrida, entraña vivir en una terrible incertidumbre, sólo paliada por la belleza de las rimas entre el cielo y el barro: “Agua podrida estancada reseca pescado buseca/agua podrida con gente al costado/agua podrida tapada de mugre que queda y se pudre/agua podrida poblada habitada/agua podrida en la calle sedienta/agua podrida que pide tormenta”, cantaba el yorugua Leo Masliah en una vieja canción. Hay audaces maneras de la metafísica escondidas en la niebla del Riachuelo. Cuando la realidad tiene colores tan intensos, el realismo ya no es una atrabiliaria redacción de un documento sino que se convierte en cálido tributo amoroso. La imaginación no es entonces una distracción del contexto: es una forma aplicada a la supervivencia, contar historias para no dormirse en medio de la inundación, para que el agua no te lleve acompasadamente como a las macetas y a los muebles. Si habré escuchado ese grito: “¡se viene el agua!  Cuando se viene el agua, se mete por todos los wines, arrasa con todo, sin miramientos y uno no sabe qué salvar primero, si la ropa o los documentos, el cuadrito con la foto de la primera comunión o la heladera, el velador o el disco de Armando Manzanero, los colchones o la colección de El Gráfico. Padecí varias inundaciones pero la que más recuerdo es la del 89. La cosa empezó a media mañana, era un día domingo, con mucho sol, en el resto de la ciudad la vida transcurría normalmente, pero soplaba el maldito viento del sudeste a cientos de kilómetros por hora y el agua se hizo dueña y señora en la zonas ribereñas; brotaba por debajo de las baldosas del patio, burlona dibujaba extraños arabescos que pronto se convertían en una masa compacta de agua. Con mis viejos tratamos de salvar lo que pudimos, levantamos la heladera y la tele arriba de una mesa, hicimos unos bolsos con ropa y comida y nos rajamos al primer piso, a la casa de un vecino, porque el agua ya nos llegaba hasta más arriba de la cintura. Desesperadamente empecé a acarrear libros y discos, pero en un momento no pude más… El agua me había vencido por K.O. técnico. Desde un balcón vi a un buzo armando un bote inflable, por la Avenida Almirante Brown circulaban veloces lanchas de la Prefectura, en medio de encrespadas olas que sólo había visto en Mar del Plata y entonces me dije “esto se está poniendo bravo” y sí, fue bravo; aquel infausto día hubo muertos y miles de evacuados, el muelle de pescadores de Quilmes se rompió en mil pedazos, el agua contaminada repartió enfermedades y pestes varias. Recuerdo una escena como si hubiese sucedido ayer: el libro “Un kilo de oro” de Rodolfo Walsh (la edición de Jorge Álvarez, de agosto de 1967) flotando en el agua. Yo lo miraba desde arriba, sin poder hacer nada, un kilo de oro flotando en el agua sucia. En ese momento me puse a llorar. Estuvimos inundados todo el domingo y recién el lunes al mediodía el agua empezó a bajar dejando una resaca infinita. De “resaca dejada por la inundación” también habla una muy buena novelita de Enrique Wernicke. “El agua” se llamaba, por suerte aquella vez se salvó del agua porque estaba en un estante alto… En el texto de Wernicke se habla de las vicisitudes de un viejo al que la creciente del río lo encuentra solo en una casa de San Fernando. Nunca leí nada mejor sobre el tema inundaciones. La precisión fotográfica con que cuenta el proceso, nos hace sentir mojados página tras página. Padecí con el personaje reflotando todas mis inundaciones. Para el que las sufrió alguna vez, hay algo que al otro día del desastre se lamenta horrores: las fotos arruinadas. Wernicke lo narra magistralmente: “Eran las seis de la tarde pasadas cuando ambulando de un cuarto a otro, vagamente inspirado en ideas esotéricas, y como llevado por un llamado extraterreno, buscó en un estante bajo de la biblioteca y halló un grueso álbum encuadernado en cuero. Era el álbum, donde estaban pegadas las fotos familiares (…). Al abrirlo descubrió que todas las fotografías familiares estaban adheridas entre sí. Su primera reacción fue sentir una gran pena, la pena de un chico que ve roto uno de sus juguetes favoritos, aun cuando lo tuviera olvidado desde hace años. La segunda, más práctica, fue ir al baño, lavar la bañadera que estaba llena de barro, poner el tapón, llenarla de agua y tirar adentro el álbum. Las fotos se despegarían. Luego las pondría a secar”. Don Julio Blake, el héroe de Wernicke, empieza a leer claves de su pasado en esas fotos estropeadas y su presente se llena de muertos súbitamente resucitados. Las fotos tienen una rara potestad sobre nuestras vidas y es cierto lo que decían los indios: las fotos nos roban pedacitos del alma que quedan pegados en el papel para siempre. La foto devuelve el tiempo y la ropa, al sacar una foto quizás no tomamos debida cuenta que estamos lanzando un boomerang impredecible. Como es obvio, a mí también el agua me liquidó gran cantidad de fotos y muchas personas se borraron de ellas, por ejemplo Patricia Rabuñal desapareció de una foto de 1981, tomada en la fiesta de egresados del Colegio Arcamendia de Barracas. Tuve mucho miedo por ella, quizás nunca fue engendrada por sus padres, por ahí le pasó lo mismo que a Michael Fox en “Volver al futuro”. Patricia Rabuñal se debate quizás entre el ser y la nada, flotando en mundos paralelos. Pobre Patricia. Pero esto son sólo conjeturas, pensamientos que se lleva el agua.

* Air
**Véase el blog del autor: www.elreydelaboca.blogspot.com
***Rodolfo Edwards es poeta y crítico de poesía. Editó las revistas La Mineta y La Novia de Tyson y participó de la redacción de 18 Whiskys. Colabora en programas de radio y suplementos culturales de diarios y revistas de Buenos Aires. Publica regularmente sus poemas en su blog El Rey de la Boca. Publicó Culo criollo (1999), That’s amore (2000), Rodolfo Edwards (2000), Los Tatis (2003), ¡Vamos con esas imágenes! (2005), Mosca blanca sobre oveja negra (2007). os

Los títeres de La Boca: Javier Villafañe

Algunos datos para comenzar      

El teatro de títeres encontró en La Boca un espacio propicio para su desarrollo. Recordaremos algunos de ellos, que con su presencia contribuyeron a fijar los cimientos de este arte en Buenos Aires.
El titiritero Vito Cantone, nacido en Catania en 1878, provenía de una familia dedicada a esta actividad. Recién llegado, se instaló con sus muñecos en el Teatro Sicilia, de la calle Necochea 1339, donde hacía sus presentaciones, acompañado por un grupo de colaboradores, entre los que se recuerda a Vito Correnti, José Macarigno, Salvatore Costa, Nicola Scuccimaro, Carmelo Nicostra y otros.
Lorenzo Maccheroni, también siciliano, fue uno de los colaboradores, hasta 1910, año en que establece el “Café-Concierto Edén”.
Otro artista natural de Catania, nacido en 1881, fue José Constancio Grasso. Llegó en 1892 y fue botero del Riachuelo antes de convertirse en colaborador de Cantone y de Terranova. Grasso fabricaba y pintaba los muñecos. Se lo reconoce como un gran memorista del repertorio titiritero, trabajó en varios teatros porteños.
De consistente fama fue también el matrimonio formado por Carolina Ligotti y Sebastián Terranova quienes llegaron a Buenos Aires en 1910. Se instalaron en La Boca, primero con el Teatro San Carlino, –que funcionó en Olavarría al 600 y en 1919 en Necochea entre Suárez y Brandsen– luego en el Cine Irala, frente a la plaza Brown, en la Vuelta de Rocha. Reunieron en su larga vida dedicada a este arte una importante cantidad de marionetas y escenografías necesarias para sus representaciones, que en su gran mayoría se perdieron durante la terrible inundación que asoló el barrio y gran parte de las zonas bajas de la ciudad y la provincia entre 1940.-1949.

*Petriella, Dionisio y Sosa Miatello, Sara, Diccionario biográfico ìtalo-argentino, Asociación Dante Alighieri, Buenos Aires, 1976.                                

Javier Villafañe (1909-1996). Considerado como uno de los máximos exponentes de la actividad en el país, fue autor de obras como El gallo pinto y Maese Trotamundo por el camino de Don Quijote, entre otras. Además escribió Vida y meditaciones de un pícaro. Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires”.

Javier Villafañe evoca los teatros de títeres a los que asistían los italianos de La Boca:
 
"Teníamos entre diecisiete y diecinueve años y descubrimos los títeres de La Boca, con Wernicke, José P. Correch y José Luis Lanuza. Era un teatro estable con muñecos de origen italiano –‘los pupi’- que hablaban y decían los textos en genovés... A ese ámbito llegué por primera vez a los diecisiete años. ¡Qué impresión, quedé maravillado! Estos marionetistas representaban episodios de obras que duraban hasta un año. En estos espectáculos de los títeres de San Carlino, las marionetas pesaban entre 20 y 30 kilos y eran manipuladas por una barra. Este descubrimiento de los títeres de La Boca, tal vez, selló mi camino.Desde ese momento visité reiteradamente a don Bastián de Terranova y a su mujer doña Carolina Ligotti –eran una pareja muy hermosa-, descendientes de antiguas familias marionetistas –titiriteros sus abuelos y sus padres-, quienes tenían en Sicilia uno de los más famosos teatros de marionetas. Representaban obras clásicas: Ariosto, de Torcuato Tasso, episodios de las aventuras de Orlando y Rinaldo, que duraban en episodios un año entero, y casi siempre, era su público –el mismo público- viejos italianos, nostálgicos marineros, obreros del puerto de La Boca y algunos curiosos como yo y como Raúl González Tuñón, que me había dedicado su libro El violín del diablo, en plena calle, y con quien desde ese entonces, además de frecuentar el teatro de San Carlino, nos hicimos muy amigos.
Estos viejos titiriteros de La Boca se convirtieron en grandes amigos míos. Los frecuentaba, y fui testigo de cómo, al igual que sus abuelos y padres, envejecieron y murieron al lado de sus marionetas. Conservo aún fresco en mi memoria el recuerdo imborrable de estos dos pioneros inmigrantes que despertaron en mí la pasión más perdurable por el teatro de muñecos. Desde ese instante y hasta hoy, con 80 años, sigo firme y fiel a ese mandato de la historia en constituirme en un humilde difusor de este arte milenario que es el títere”.

Roberto Mariani, escritor nacido en el Barrio de La Boca

Roberto Mariani (1893/1946), escritor, dramaturgo y poeta argentino, nació en el barrio de La Boca, en julio de 1893. Se inició como periodista en el diario Los Andes de Mendoza y publicó algunos relatos en el periódico La semana. Se empleó en el Banco Nación alternando con los “proletarios de cuello duro”, experiencia que marcará su obra. En 1922 es despedido por “intentar agremiar a sus compañeros con literatura anarquista”. Colaboró en el periódico Nueva Era, apoyando la revolución bolchevique. Publicó El amor grotesco y fundó una asociación de amigos de Rusia que enviaba a Moscú literatura criolla revolucionaria. Anarquista y solitario, participó del grupo de Boedo compartiendo ese espacio de creación con Arlt y Payró. Colaboró con aquél cuando aún no tenía reconocimiento literario, en la corrección de sus proverbiales errores gramaticales. Las acequias (1922) es su primer poemario. Cuentos de la oficina (1925), resume desde una mirada literaria la vida transcurriendo en una oficina de Buenos Aires, relatos que merecieron el elogio de Roberto J. Payró. El amor agresivo (1926), describe el universo del amor en las distintas expresiones que adquiere en el carácter del porteño. El diario Crítica (1927) le publica una calurosa defensa de Sacco y Vanzetti, y tres años más tarde, urgido por aprietos económicos, trabaja de chofer en el sur argentino desde donde lamenta el golpe reaccionario que derrocó a Irigoyen. De regreso, envuelto en un escepticismo irreversible se transforma en un ser sombrío: “Estoy, pues, como antes de soñar: sin nada. O peor porque ni sueños tengo”, escribía. Un niño juega con la muerte, se estrena en el Teatro del Pueblo en 1938. De regreso a Dios refleja su resignación final mediante un contrato con la muerte que en la realidad llega tras un infarto en 1946. El resto de su obra incluye algunos ensayos sobre Pirandello y Proust y las novelas: En la penumbra (1932), La frecuentación de la muerte (1930) y La cruz nuestra de cada día (1955), en las que esboza sus desvelos metafísicos e inquietud por las injusticias sociales. Junto a Arlt encarna al narrador del infortunio y la desesperación. Una placa que está en Suárez 743 recuerda su nacimiento.

Balada de la oficina" integra el libro Cuentos de la oficina.

"Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!"