Caigo, hacia adentro, como se
cae en los sueños. Alguien cubre mi cabeza con su mano, y la caída parece detenerse. Siento el olor penetrante del
alcanfor, viene del fondo del cuenco, que ahora parece un agujero de paredes
ásperas. Palpo el descarnado regazo, sus paredes, secas, como hueso. ¿Quién me
ha dejado aquí? Me ahogo y asomo la cabeza. Ráfagas con olor a petróleo me
envuelven. Miro hacia arriba, buscando protección, pero sólo encuentro el
enrejado del puente por donde asoma el cielo.
Otra vez parece que voy a caer; y
me aferro a ese cuerpo que me aúpa,
oculto mi cara y cierro los ojos
entre los brazos de la abuela. Puedo escuchar cómo tose a lo lejos un remolcador. Curiosa
entreabro los ojos y espío al gran
chinchorro repleto de gente que, ahí cerca, sube y baja embriagado por el
balanceo del agua aceitosa, que oscila al compás de los remos del barquero. El
mareo me obliga a buscar refugio en la abuela, nuevamente. Hasta que una voz
avisa que estamos por llegar al otro lado. Las orillas del barrio de La Boca se van haciendo cada vez más coloridas.
+Texto inédito, incluido en un nuevo libro de relatos.
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