Gracias al poeta Jonio González
LAS VELADAS DEL BAR GARIBALDI
Las veladas del bar Garibaldi
tenían
Olor a sangre, a whisky, a
espuma y a carbón;
Allí, cuando los hombres
llegaban o partían,
Sonaba de los mares la terrible
canción.
¿Dónde estarán aquellos rudos
aventureros,
Ulises andrajosos que hablaban
en inglés
De extrañas Odiseas a bordo de
veleros,
Y de obscuras Ilíadas hacia el
Este de Suez?
Eran de Glasgow y Génova, de
Cádiz y el Pireo,
De Hamburgo y San Francisco, de
Capetown y Bombay.
A veces, en la noche, parece que
aún los veo,
Y escucho alguna historia que
sucedió en Shanghai.
¿Adónde se habrán ido los
errantes que un día
Poblaron de leyendas el tumulto
del bar?
Algunos redondean el mundo
todavía
Otros están durmiendo en el
fondo del mar.
Sospecho que uno de ellos se
pudre en un presidio;
Tal vez otro agoniza en algún
hospital;
Otro buscó en las aguas
sangrientas del suicidio
La ruta misteriosa para el
puerto final.
Oh mis Jasones ebrios... En sus
almas traían
La canción de la vida vagabunda
y brutal;
Y eran bellos sublimes, porque
todos tenían
El desdén de la muerte, del amor
y del mal.
Nadie cantó su sombra, su dolor,
su aventura.
Sólo yo alguna noche de música y
de alcohol,
Recogí la leyenda miserable y
obscura
Y conté su tragedia bajo la luz
del sol.
LA MUERTE DE SCHNEIDER
A Schneider lo mataron una noche
En el boliche de la Paraguaya.
Tenía los ojos azules
Y la cara muy pálida.
Schneider oía el canto de la
alondra
Del viejo Rhin en las mañanas
claras:
Soñaba con países
De sol, y con tierras lejanas.
Se embarcó en un velero, allá en
Hamburgo,
Partió en la niebla de una
madrugada.
Schneider fue por los cinco
oceanos
Con sus ojos azules y su cara
muy pálida.
Se enamoró una noche, muy ebrio
y muy romántico,
De aquella camarera valenciana
Que volvía locos a los marineros
En aquella taberna del Río de la
Plata,
Y Un hombre lo mató de un
navajazo
En una vuelta de la calle
Australia.
¿Dónde estará el alma de
Schneider?
¿Oyendo las alondras del Rhin en
las mañanas?
¿Vagando por los mares
En los perdidos barcos?
Yo he llorado por Schneider, una
noche de lluvia,
En el boliche de la paraguaya.
EL CHINO DEL “AURORA”
¿Por qué maté a aquel chino a
bordo del "Aurora"?
No me había hecho nada; de una
humildad sin fin,
Limpiaba mi cabina; de noche, a
toda hora,
Me llevaba a la guardia los
sandwiches y el gin.
Y cayó a la primera puñalada, en
el puente,
Cuando ya comenzaba la Osa a
palidecer;
Al arrojarlo al agua se hundió
pesadamente,
Y tres veces seguidas volvió a
reaparecer.
Lo maté por el pájaro negro que
lo seguía
Riendo siniestramente durante
todo el día.
Desventurado chino, nada me
había hecho.
En las guardias del alba, en las
horas más solas.
Lo veo claramente surgiendo de
las olas
Con el sombrío pájaro posado
sobre el pecho.
LAS DOS IRLANDESAS
Aquí estoy con los chinos y las
dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica
Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos
como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del
Dock Sur.
Nancy, la menor de ellas, parece
una gitana,
pero nació en el barrio más
pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una
pasión lejana
y en su pálida frente hay una
cicatriz.
De dónde las trajeron los chinos
taciturnos
Maggie me habló al oído: “los
conocí en Shangai...”
(En el bar se morían los
murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se
apagaba un cantar...)
El Marú había partido con rumbo
a Yokohama.
Maggie me amó en las noches
siniestras del Dock Sur;
Me hablaba de su vida errante, y
una llama
de pasión palpitaba en su mirada
azul.
Nancy, junto a nosotros, cantaba
dulcemente
canciones misteriosas de la
China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al
infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los
chinos de Shangai).
Pero yo amaba a Nancy, la
irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban
a las dos;
las casuchas dormían bajo la
luna llena
y en los negros navíos temblaba
un resplandor.
¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su
canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos
de chandú...
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió
más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras
del Dock Sur.
Estos poemas pertenecen a El pastor de estrellas, Tor, Buenos Aires, 1928; Gaviotas perdidas, Ediciones Selectas
América, Buenos Aires, 1921, y A la deriva: canciones de los puertos, de las
tierras y de los mares, Minerva, Buenos Aires, 1923.
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