Cruzaba el Parque Lezama, se me hacía tarde para ir a trabajar, entonces apretaba el paso cuando un tipo, vestido con traje a cuadros y zapatones, igual a un clown, se me acercó y, en un idioma rarísimo, me mangueó. Como yo no entendía, apeló a las señas.
Con una mano en los labios hizo el gesto de pedirme un cigarrillo. “No fumo”, le contesté. La cara del tipo era de desolación, sus ojos celestes parecían taladrarme.
Volvió a la carga cuando advirtió que me iba, me tomó del brazo, gruñó, gesticuló, y por último repitió la seña. Yo también como en el oficio mudo le respondí que no entendía.
Pero de pronto se acercaron otros tres que prácticamente me rodearon. “Chau –pensé-, acá me afanan.”
La baranda que despedían era insoportable, para salir corriendo. Uno se adelantó balbuceando:
--Yo –y señaló a los otros tres--, Ucrania; barco caput, no dinero, no nada
–y agitaba los brazos.
--¡Y qué querés que haga!, yo no gobierno –contesté.
Cuchichearon los cuatro, el que más chapurreaba el castellano dijo:
--Vos cigarrillo…
--No fumo –le dije, casi enojado.
--Entonces vos un peso – respondió con mímica.
--Yo no Naciones Unidas, yo no Acnud…
--¡Naciona Unidas, Acnud, mierda! –gritaron todos juntos.
--Ah --contesté ya furioso -, ¿no quieren tampoco a las Naciones Unidas? Entonces, ¿qué carajo quieren?
--Querer un peso –dijo uno de ellos.
--No tengo –contesté-. No tengo cigarrillo, no tengo un peso. Yo trabajar…, no millonario… --hablaba contagiado por el chapurreo de los gringos.
Me miraban con esos ojos celestes rodeados de mugre, y el contraste se hacía más intenso por la suciedad y la ropa destrozada.
--Yo camarada acá dos años –dijo uno--, argentinos todos mirar su propio culo, barco caput, Rusia caput. Nosotros todos a la calle, sin plata, sin nada, solo hambre. ¿Argentina? –agregó, y me hizo un corte de manga--. ¿Ucrania? –otro corte de manga--¿Naciones Unidas? –otro más…
Le iba a responder de la misma manera, pero metí la mano en el bolsillo y le di una moneda de cincuenta. Ahí todo cambió, no era lo que pedían pero era algo.
--Gracias camarada -me dijo, cuchicheó con los otros un rato. Uno se separó del grupo y desapareció. La imagen de abandono se notaba menos, solo alcancé a balbucear
--Bueno camarada, yo trabajar, irme.
--No, camarada. Un momento ya vuelve otro…
--No, trabajo primero, importante –dije.
--Un momento solo… -respondió.
El que había desaparecido regresó, y no venía solo. Traía una bolsa y lo acompañaba una mujer. Hablaron en su idioma entre ellos. El que ya era la voz cantante del grupo se me acercó y dijo:
--Acá, Natalia, cocinera de barco, sola y sin nada, nosotros regalamos ella. No vivir más en calle tirada; ella mujer, necesita baño, limpieza, así que para vos –abrió la bolsa, sacó un tetrabrik, dijo:
--Prosit tovarich –y se empinó el vino.
Natacha, tan mugrienta como ellos, me miró con tristeza y vergüenza. Enfrente vi un teléfono público y me dirigí hacia él. Ese día no fui a trabajar.
*El cuento que se transcribe pertenece a un libro en preparación.
Interesante. Solo el vivir en la Boca te pone en contacto con ese mundo. Yo escribi una historia sobre ellos. En mi edificio frente al Argerich, viven varios de ellos. Los mas afortunados creo. Así y todo, un día fui a ver una mesa usada que se ofrecía en un pasillo del palier. Cuando toque el 12 n me atendio un ruso que me llevo a ver la mesa en cuestión. No sin antes sortear las 12 camas tendidas que se esparcian por el monoambiente...
ResponderEliminarHola Luis!! Familia Arbea desde Chile estamos tratando de contactarlo.
ResponderEliminarSi eres el mismo Luis Colombo favor enviar datos de contacto a la siguiente casilla de correo: lcornejo@wagnis.cl
Saludos
Muchas gracias!
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