martes, 20 de septiembre de 2011

María del Carmen Colombo: Cuenco


En el patio de casa, sentada en una sillita, miro cómo una paloma picotea miguitas del piso. De pronto, una agitación de alas en el aire. Levanta  vuelo la paloma.
  Mis ojos, siguiéndola, se alzan y encuentran el cielo lejano y muy azul, manchado con algunas nubes, y después a mamá, que está colgando ropa allá arriba, en la terraza. 
  Mamá se pierde detrás de una sábana, su cuerpo, velado,  parece resistir el flujo y reflujo de la tela, agitada por  el viento. Después ella desaparece.  Me desespero,  el patio se agranda, el cielo se viene encima.
  Me levanto de mi asiento y la llamo, y justo cuando estoy por llorar, la cara redonda y blanca de mamá se asoma por el hueco que se forma entre dos prendas. Sonríe y me dice algo que no alcanzo a  escuchar.
  Quieta, más bien paralizada al lado de mi silla, la veo aparecer esta vez de cuerpo entero, sale toda ella de detrás de una colcha como de un telón,  y vuelve  a ocultarse; una, dos, tres veces se repite esa coreografía, hasta que mamá se desprende de la última sábana y comienza a bajar por la escalera mientras se arregla el pelo alborotado.
  Ahora viene lentamente hacia mí. Está cerca, muy cerca; se agacha y sus brazos me sujetan con fuerza. Yo hundo mi cabeza en el cuenco de su pecho: siento el olor fresco de su piel, mezclado con el perfume a sopa que parece desprenderse de las flores celestes de su batón. 

*Texto inédito.

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