jueves, 16 de junio de 2011

Marcelo Carnero: Pequeño territorio de lo cierto...


Marcelo Carnero (Buenos Aires, 1978) es poeta y nació y vivió en el barrio de La Boca. Publicó Tratado de cuerpo (Ediciones La Carta de Oliver, 2008) y Sentido de la oración (Abeja Reina, 2010). Actualmente dirige, junto a otros poetas, la editorial de poesía Curandera. Pronto publicará un nuevo libro, Pequeño territorio de lo cierto, al que pertenece el texto que incluimos al final de este post y que, por pedido de este blog, nos envió generosamente el autor. 

Respecto del barrio, Marcelo nos cuenta: "Nací en Brandsen y Brown, y también viví en Palos 460, un conventillo enorme que se llamaba Conventillo de las 14 provincias o algo asï. El interior ocupaba casi toda la manzana y tenía entrada por la calle Palos, por el fondo de los bomberos voluntarios en la calle Brandsen y una entrada antigua que daba al fondo de otro conventillo con salida a la calle Pinzón, al lado de la Universidad Popular. En el año 82, una parte grande de ese conventillo se incendió, quedamos en la calle y pasé por varios lados: Suárez y Ministro Brin, 20 de Septiembre y Necochea, y al final fuimos a parar a un conventillo que quedaba en Ministro Brin y Brandsen. Allí es donde me crié, a una cuadra de la plaza Solís y de las cantinas! Años después me enteré que el mural que hay en la entrada al barrio, frente al Parque Lezama, está hecho con materiales del conventillo de Palos 460! Me emociona hablar de todo esto! Qué bueno que surja, es un barrio que amo tanto y que está tan abandonado y destruido, me entristece mucho que se haga muy poco con un barrio con tanta historia e historias! "
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Del libro de Marcelo Carnero, de próxima aparición, Pequeño territorio de lo cierto:
Muchas veces, cuando pienso en contar una historia, me invade el terror de no tener una lengua. Y cuando digo “no tener una lengua”, quien no la tiene, sabe todo lo que esto implica. Pero ¿no somos acaso, hechos apartados de nosotros mismos? Tener la boca llena de arena, pero que esa arena, nunca alcance la cifra de la asfixia. Muchos de ustedes habrán vivido o presenciado un incendio, yo viví tres. Es rara la sensación que tengo al recordar el primero, quizá porque es una bisagra en mi vida, la primera memoria del desamparo. Hay que tener una voluntad de hierro para salir de eso, y venir a dar al mundo, para que el mundo lo reciba a uno como a un extraño. Porque un sobreviviente siempre es sospechoso, primero ante sí mismo. Un sobreviviente es el mapa hacia el terror, y muchas veces no tiene lengua o invoca una desconocida. Pocas veces pude sentirme yo mismo en algún lado. Porque la experiencia del hambre o la falta de amor, van generando una sensación de torpeza, de fuera de foco, una sensación de que el mundo y el modo de acercarse a él, son inhallables. Y aunque esos hechos ocurran en lo fatal, parecieran necesitar, como cualquier cosa necesita para crecer, el calor de algo, de ese fuego que no recuerdo. Digo, no recuerdo las llamas, aunque tuve que pasar a través de ellas. Aunque sí vi después, un día que volví con mi madre a los restos de la casa, en los hierros retorcidos de una cama, entre tantas otras cosas destruidas, el dibujo de ese infierno. También el fuego, actuó como a veces actúa la memoria. Ya que lo único que se salvó de aquella casa, extrañamente intactas, fueron unas fotos de un cumpleaños de mi hermana, que por años tuvieron un tremendo olor a humo que a mí se me hacia irresistible. Cada tanto, robaba esas fotos de la caja donde permanecían guardadas y las olía, en secreto, como si quisiera introducir en mí ese olor, ser ese olor. Y ese fuego, digo, no brota en cualquier cosa, elije demasiado bien su cauce. En mi caso el fuego no fue purificador, aunque nunca se sabe. Por años trate de rastrear minuciosamente en los recuerdos, para ver si en alguna fisura, la realidad había dado una señal, había dejado que se rasgara su pacto con lo imprevisto, había anticipado su desastre. Recuerdo la mesa para la cena. La voluntad de que las cosas pudieran ser más felices. No tengo memoria de más nada, hasta que se reanudan las imágenes con los gritos de mis hermanas, todos corriendo de un lado a otro, la sensación de estar al borde de ser abandonado. Pero lo que quiero contar, no es un recuerdo, es un hecho que no ocurrió en la fantasía de la subjetividad. Entonces como decíamos, nada fuera de lo común: un incendio, muchas familias en la calle y una muerte. Pero una muerte, como una lengua, nunca es cualquier muerte. Allí, una familia encerraba todas las noches a su hijo con un candado por fuera de la puerta, para que no se “escapara”, porque el hijo era alcohólico. Comenzó el fuego y esta gente se decidió a salvar, con mucho riesgo de su propia vida, uno a uno, todos los muebles que pudo, y, cosa terrible, se olvido del hijo." 

1 comentario:

  1. "Tener la boca llena de arena, pero que esa arena, nunca alcance la cifra de la asfixia"
    significativa frase

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